jueves, 30 de octubre de 2025

Testamento e inventario de un cura quirosano en el año 1829 (II)

Enlace a la publicación LNE 30.10.2025

En la carta anterior (LNE 27 octubre) comentamos el testamento de Juan Rodríguez, párroco de San Esteban de Cienfuegos, concejo de Quirós, otorgado el 19 de noviembre de 1829.

El 24 de noviembre, en la casa rectoral, el escribano Nicolás Álvarez Manzano forma el inventario, en presencia del juez ordinario Alonso García, los sobrinos, la criada Joaquina, los albaceas y los tasadores Tomás Menéndez y Juan Álvarez, vecinos del pueblo.

Como inmuebles sólo aparece la cuarta parte del prado de los Corradones, de "tres peonadas, con su casa de ganado y cierro, de cabida cuatro brazas más o menos", situado en las casas del Corral, así como una caseta cercana de dos brazas de cabida. El resto del "prao" pertenece a su cuñada Ana María Álvarez-Cienfuegos, vecina de Villamejín (Proaza).

Seguidamente hay una prolija enumeración de bienes muebles, comenzando por el ganado (dos bueyes, un novillo, cuatro vacas de leche y tres crías, dos vacas preñadas, cuatro añojos, una novilla, una yegua, una potra, un caballo "muy viejo", dos cerdos "de matar", dos cerdas preñadas, una cabra y su cabrito). De los añojos se apartan tres para los criados. De estos animales, lo más valioso son las vacas de leche (860 reales de vellón) y lo menos, la cabra (15). Por el medio queda el caballo "que usaba el Sr. Cura", por viejo solo vale 120 reales.

El inventario incluye treinta y dos fanegas de pan en espiga (768 reales), en la panera de Cienfuegos y en la de Villar; catorce fanegas y media de grano (435 reales); una de habas negras (20); un celemín de habas blancas "de los mansos" (5 reales; aún existe un "prao" junto a la parroquia llamado "el Manso la iglesia"); doce fanegas de maíz "por deshacer" (216) y "cuarenta ramos de yerba a meter en los pajares de los Corradones" (280).

El maíz del diezmo irá como limosna a los pobres (se anotan 20 fanegas por 300 reales de vellón) y para gastos del entierro, como ya se dijo. Del diezmo de castaña que "está por recoger" se anota una fanega preciada en 8 "por ser de mala calidad".

A continuación, viene el ajuar de la casa (ropa de cama, de vestir, muebles, vajillas, cubiertos, etc.) y los aperos de labranza. Lo más valioso es "una capa vieja, una levita de paño azul bueno, otra de Segovia negro viejo, dos chaquetas usadas, dos chalecos usados, tres calzones unos de Segovia buenos y los otros dos usados, tres almillas (camisones)" etcétera, valor total 251 reales de vellón.

También destacan "seis camisas y cuatro usadas con dos calzoncillos usados, cuatro pares de calcetines y un gorro de lino" por 156 reales. Lo más caro del mobiliario es "una silla con trono y estrados" (150), un "reloj de campana con su caja" y "un reloj de faltriquera" que valen cada uno 80 reales.

No encuentran mucha plata en la casa: solo dos cubiertos, un cuchillo, la empuñadura de un bastón y unas hebillas con "unas charreteras bien usadas", valorado todo en 112 reales.

Destaca la notable cantidad de libros, la mayor parte de ellos relacionados con el culto: destacan los once tomos de Calatayud (un misionero de la época) en pergamino (100 reales), 16 tomos de Fray Luis de Granada y otros 16 de la vida de San Luis (104 reales). Hay muchos otros que no vamos a mencionar aquí, que llenaban "tres estantes" lo que demuestra que el párroco era aficionado a la lectura.

En cuanto a las cantidades por cobrar, en Cienfuegos, el pueblo principal de la parroquia, tenemos a Juan García que debe diez fanegas y dos celemines de maíz (310 reales) y diez fanegas de pan (400).

También deben Juan Álvarez Cienfuegos, menor, y Manuel Sánchez, "por dos fanegas de pan que les dio para el maestro y vecinos de este pueblo": 80 reales.

Igualmente, Manuela Álvarez, viuda de José Suárez, adeuda 70 reales por "la pación en Pandoto". Y Toribio Álvarez, por el funeral de su hermano José, 60.

En Villar hay varios vecinos que tienen cuentas pendientes con el párroco: Juan Prada debe cuatro fanegas y cinco copines de maíz "a pagar en esta seronda" (132 reales) y dos fanegas de pan (80).

Su convecino Francisco Álvarez-Cienfuegos, diez fanegas de pan (400).

Otro "villarino", Félix Suárez, por el entierro de su hermana Mariana, 100 reales.

En Cortes está Juan Fernández, quien adeuda seis fanegas y cinco copines de maíz del diezmo del pueblo "para pagar en la seronda" (192 reales).

Juan de Gaspar, del mismo lugar, 80 reales por dos fanegas.

Y finalmente los herederos de Fernando Álvarez Oviedo, de Cortes, 20 reales (no se especifica el porqué).

Esteban Álvarez, de El Corral, debe 20 reales por media fanega de pan. Y Pedro Prada, de Las Llanas, un celemín de maíz (5).

En total las cantidades a percibir suman 11050 reales.

En cuanto a las que debe el párroco, de un total de 4311 reales, lo más destacable son:

Los 480 reales de la criada Joaquina, "por los atrasos vencidos incluso el año que corre".

380 "a Teresa Valdés en Villamarcel" (supongo que por ocuparse del párroco cuando cayó enfermo). Teresa Valdés, apodada "la Doctora", nacida en Gijón, era la madre del legendario Bernardo Terrero.

360 a "la Real Hacienda, por yerro en los frutos del medio diezmo de 1822".

356 "de las pitanzas que se pagaron en el día del entierro en las tres funciones y otros gastos de papel y propios", etc.

Llaman la atención los 280 que deben "a un particular, como deuda reservada", sin dar más explicaciones, los 115 "por dos hachas (velas) y seis libras de chocolate por el día del entierro", los 50 "de vino consumido en el entierro" y los 38 "por tres carneros que se consumieron".

Hay otras cantidades menores que no reseñamos aquí por no extendernos en exceso.

Finaliza el inventario ordenando hacer "500 misas" por el alma del sacerdote, cuyo estipendio irá a disposición (al bolsillo) de los testamentarios. Y añaden a la deuda una fanega de pan "que se debe de renta del establo y pajar del Cascajo" y "el hórreo de Villar".

Curiosamente, al inventariar y liquidar la herencia, los albaceas no cumplieron dos mandatos del difunto, porque a Antón (al que tildan de "bobo", o "simplón" como diríamos hoy) debían entregarle un vestido completo con camisa, y finalmente solo le dieron un sayo valorado en 64 reales; al criado Francisco le prometieron una "novilla" pero al final recibió un añojo. La picaresca siempre existió.

Firman el inventario los sobrinos y los albaceas, todos mayores de edad ("el que menos de 36 años"); los criados no firmaron por "no saber del todo".

Tres días más tarde, el juez ordena que se paguen las deudas y se cobren las que están a favor y se devuelva a los herederos la copia del testamento que presentaron. Es de suponer que, tras liquidar las deudas a favor y contra el caudal hereditario, les quedó a repartir un remanente de 6739 reales (o 612 ducados), cantidad nada despreciable en aquel entonces, recordemos que la criada del cura cobraba 20 ducados por año y seguramente sería una "privilegiada" entre los vecinos de la parroquia.

(Fuente: Archivo Histórico de Asturias, Fondo del Distrito Notarial de Lena, caja 10559/03).

miércoles, 29 de octubre de 2025

Testamento e inventario de un cura quirosano en el año 1829 (I)

Enlace a la publicación en La Nueva España 27/10/2025

Noviembre de 1829, reinando en España Fernando VII. Juan Rodríguez, párroco de San Esteban de Cienfuegos, acude a las casas de Santa Eulalia en Nimbra (así llamaban entonces al hoy desaparecido palacio de Terrero en Villamarcel) para un aniversario. Estando allí, cae repentinamente enfermo por causa natural y, viéndose en trance de morir, requiere la presencia de Nicolás Álvarez Manzano, escribano del concejo, para otorgar testamento.

En dicho documento, después de reafirmarse, obviamente, en su fe cristiana, dispone que lo entierren con el hábito de San Francisco en la iglesia parroquial, con funeral mayor de todos los sacerdotes del Arciprestazgo que puedan acudir. Pide que le hagan tres misas y se alumbre con un hacha (vela grande y gruesa) el Santísimo Sacramento y también su sepultura, esto se lo encarga a Joaquina Suárez, su criada, y destina doce ducados para ello. Cuando la vela se consuma, han de cantar misa seis sacerdotes.

A los expósitos del Hospicio de Oviedo no les deja nada, pero sí a los pobres del lugar de Villar de Cienfuegos: todo el maíz del diezmo del año 1829. Asimismo, el diezmo del maíz de toda la parroquia (formada entonces por los pueblos de Cienfuegos, Villar, las casas de Las Llanas, Cuevas, Fresnedo, Cortes y el Corral) se gastará en dar de comer a los pobres en su entierro, el sobrante se repartirá entre los necesitados y además a doce escogidos entre ellos se les entregarán doce varas de paño. De todo esto se encargarán los testamentarios o albaceas.

En cuanto a los criados, a Joaquina le adeuda la soldada del presente año (cobraba 20 ducados), le deja la cama donde duerme con su jergón, un colchón, dos sábanas, un cobertor, la almohada con su funda y una novilla de dos años a escoger por los albaceas. A María le cede la cama con su jergón, sábana, dos mantas y cuatro ducados que le debe del año. A Francisco García Tuñón una novilla de dos años llamada la "Garrucha" ya que no le debe ningún salario.

A un tal Antonio, al que mencionan como "tonto", le cede un vestido con su camisa.

Asimismo, ordena que se paguen las deudas a costa de la herencia y se cobren las que haya a su favor. A Ana María Álvarez-Cienfuegos, vecina de Villamejín en Proaza y viuda de su hermano Tomás, le cede provisionalmente el establo del Cascajo (Cascachu), 2/3 del prado de los Corradones, el prado de la Argajada (Argaxá), el de la Berbeliga, el de la Corrada, hasta que puedan pasar al patrimonio de su hijo Melchor que estudia en Oviedo.

Nombra albaceas a Cosme Fernández Manzano, cura de San Martín de Rano, a Juan García Tuñón, cura de Llanuces, y a su sobrino Alberto Rodríguez, capitán con licencia ilimitada en la ciudad de Oviedo.

Una vez pagadas o cobradas las deudas, para el remanente nombra herederos por partes iguales a sus sobrinos Alberto y Francisco Rodríguez, excepto el mencionado prado de los Corradones (sito en el pueblo de Cortes) y la casa, establo, pajar y casetos añejos a él, que quedan destinados a una finalidad que "insinuó" a Alberto (y que no se dice, pero suponemos que sería para sufragar los gastos del otro hermano, Melchor, estudiante).

Firma el testamento el propio Juan Rodríguez siendo testigos Bernardo Álvarez Terrero, el cura Esteban Fernández Manzano y José Álvarez Terrero, vecinos de Villamarcel.

Al día siguiente, 20 de noviembre, como se preveía, el sacerdote fallece en Villamarcel y los albaceas se encargan de trasladar el cuerpo a su parroquia de Cienfuegos donde se celebrará el funeral.

Finalizadas las exequias, los herederos del finado (Alberto y Francisco Rodríguez) solicitan la formación de inventario y la liquidación de la herencia. Pero esto, por no alargar el escrito, lo dejamos para otro día.

El testamento se custodia en el Archivo Histórico de Asturias, Fondo del Distrito Notarial de Lena, caja 10559/03.

domingo, 29 de junio de 2025

Los Vázquez que vinieron de allende el Aramo

LNE 25/06/2025 Allá por la década de 1740 reside en la pequeña aldea de Las Tejeras (Riosa) un matrimonio formado por Mathías Vázquez-Prada y María Fernández Barbado. El pueblo está ubicado en la vertiente oriental del Aramo, cerca de Llamo, y pertenece a la única parroquia del concejo, Santa María de la Vega. Entre 1741 y 1746 nacen los tres hijos de la pareja: Joseph, Juan y Ana María Antonia.

El primogénito, Joseph se casa con una moza de Llanuces (Quirós), de nombre Jacinta Theresa González Pérez (1737-1799), hija de Francisco (oriundo de la vecina parroquia de Cienfuegos) y de María (natural de Llanuces), los cuales habían contraído matrimonio el 20/2/1727. Los abuelos paternos de Theresa eran Joseph González y María de Miranda y los maternos Alonso Pérez y Catalina Suárez.

El pueblo quirosano se encuentra en la falda occidental del Aramo por lo que es lógico que los de Riosa coincidieran y establecieran relaciones personales con mozos y mozas de Quirós, a fin de cuentas únicamente tenían que “saltar” el cordal y dejarse caer al lado contrario. Y entonces, como ahora, se celebraba anualmente la romería de Alba con mucha concurrencia del vecindario de los concejos del contorno.

Joseph y Theresa traerán al mundo dos varones, Gonzalo Severino (1779-1847) y Joseph Antonio Vázquez-Prada González (1776-1830). Éste último se casa el 22/2/1800 con Martina Blanco García (1776-1832), hija de Diego Blanco Biescas (1744-1818) y de Antonia García-Guerrín Fernández (nacida en 1744), quienes se habían casado en la parroquia de Llanuces en 1773.

A estas alturas del nuevo siglo XIX Theresa González había fallecido (21/12/1799) en buena posición económica, ya que, tres días después, le dan cristiana sepultura en la iglesia de Llanuces con un funeral mayor, dejando testamento ante el escribano de Quirós Francisco Álvarez Cienfuegos.

La unión de Josep Antonio y Martina fue más prolífica que las de sus antecesores, ya que trajeron seis hijos cuyos años de nacimiento indicamos a continuación: Simón (1803), Luis (1806), Teresa (1808), María (1811), Miguel (1813) y Manuela (1815).

Con el segundo hijo, Luis, se pierde para siempre el apellido compuesto “Vázquez-Prada” y tanto él como sus descendientes mantienen simplemente el “Vázquez”que ha llegado hasta nuestros días. Las causas, como en otros casos que hemos visto, suelen ser por errores de los párrocos al redactar las partidas de bautismo, matrimonio o defunción, o simplemente por afán de escribir lo menos posible, acortando los nombres y apellidos de sus feligreses.

Luis Vázquez Blanco contrajo matrimonio en Santa María de Llanuces con una moza del cercano Muriellos, María García-Guerrín Fernández, de la que no encontré fechas de nacimiento o defunción. Aquí hago una pequeña pausa para señalar el curioso apellido “Guerrín” que era muy frecuente en aquella zona en los siglos XVIII y XIX e incluso dejó rastro en el nombre de una vieja cuadra existente en el pueblo de Villar de Cienfuegos, que todos conocemos desde tiempo inmemorial como “establo del Guerrín”, recuerdo de la persona que lo construyó o poseyó en algún tiempo olvidado.

Luis y María debieron casarse hacía 1830, porque en los años siguientes va naciendo su  amplia prole: Josefa (1833), Juan Eusebio (1835), Antonio Anastasio (1837), Segundo (1839) y Juana (1842). Como anécdota contaré que la pobre Josefa Vázquez murió muy joven (24 años), pobre y soltera, el 20 de marzo de 1858.

De nuevo nos fijamos en el segundo hijo, Juan Eusebio Vázquez García (1835-1890), quien se casó con Martina Eugenia Álvarez Álvarez (1836-1905), natural de Baiña (Mieres), de cuyo origen familiar hablaremos otro día. De ésta pareja nacieron Fernando, Florentina, Úrsula y un señor llamado Vicente Vázquez Álvarez (1876-1959) del que soy uno de los bisnietos. Vicente cambió Llanuces por el cercano Villar de Cienfuegos, donde se emparentó con la familia de la “casa Landeta” al casarse con María Álvarez, a los que ya mencioné en una carta publicada anteriormente en este periódico. Termina aquí el curioso viaje de los Vázquez-Prada que desde Riosa se establecen en Quirós, olvidando con el tiempo su origen y el apellido tan rimbombante.

Esta historia se pudo reconstruir gracias a la consulta de los libros de las parroquias de Llanuces y La Vega que se custodian en el Archivo Histórico Diocesano. Nos queda pendiente para otra ocasión averiguar si los Vázquez-Prada de Las Tejeras tenían algo que ver con los del palacio del Valletu, en Valdecuna (Mieres). Como dicen los italianos: “Piano, piano, si va lontano”. 

miércoles, 2 de abril de 2025

Apuntes genealógicos de Villar de Cienfuegos (III): Genaro Álvarez y la “casa Landeta”.

 Enlace a publicación en La Nueva España 1/4/25Un personaje recordado en esta aldea quirosana es Genaro Álvarez Álvarez, fallecido un 5 de enero de 1896 y cuyo funeral (de “segunda clase”) ofició el párroco de Cienfuegos, Santiago Fernández, dos días después. Aquí tenemos otro caso más de apellido compuesto caído en el olvido, ya que Genaro provenía de los Álvarez-Cienfuegos tanto por rama paterna como materna, por lo que es posible que sus mismos progenitores fueran parientes entre sí.

Su padre fue Juan-Damián Álvarez-Cienfuegos, que curiosamente falleció pocos años antes, el 29/8/1889, a los 83 años. Este Damián debía tener cierto capital, porque en el “Boletín Oficial de la Provincia” del 20/2/1865 figura como uno de los contribuyentes obligados por la Hacienda Pública a abonar el “impuesto hipotecario” para inscribir bienes en el Registro de la Propiedad. Los abuelos paternos de Genaro fueron Francisco Álvarez e Isabel Álvarez, de quienes no tenemos más datos, aparte de sus nombres.

De la madre de Genaro, Francisca Álvarez-Cienfuegos, no encontramos fechas de nacimiento ni defunción, aunque su cónyuge Juan-Damián ya era viudo al fallecer. Aparte de nuestro protagonista de hoy, tuvieron otro hijo, Melchor, que murió muy joven, el 23/8/1862, “al caer sobre él un golpe de tierra”, tal y como dice el libro de difuntos de los años 1859-1904.

Genaro debió nacer en una casa situada “a lo fondero” del pueblo, que fue destruida en el trágico incendio de febrero de 1899. Esta vivienda hacía medianera con otra que conocimos bien hasta su demolición hacia 1993, la casa de “tía Felipa”. En el inventario de bienes del famoso terrateniente Bernardo Terrero, que pudimos consultar gracias a la amabilidad de Alba, responsable del Museo Etnográfico de Quirós, se describe una casa propiedad de los hermanos Esteban, Eulalia y María Prieto, la cual lindaba al Norte con la de Eduardo Prada (marido de Felipa) y al Sur con la de Genaro Álvarez (o de Juan-Damián). Por tanto, eran al menos tres casas adosadas: la de “tía Felipa”, la de los hermanos Prieto y la de Juan-Damián, que heredó su hijo Genaro.

El 4/3/1867 contraen matrimonio en San Esteban de Cienfuegos Genaro e Isabel Álvarez García (1843-1917), hija de Juan Álvarez-Cienfuegos (1805-1877) y de María García (1816-1875) y nieta por parte de padre de Juan Álvarez y Antonia Álvarez y por el lado materno de Francisco García e Isabel Álvarez Quirós, ésta natural del cercano lugar de Santa Marina. Por cierto, esta Isabel Quirós, ya viuda, aparece en el inventario de bienes de Bernardo Terrero (1888) como propietaria de una finca colindante con la tierra de “Panxubil”.

La pareja tuvo seis hijos: Melchor (11/2/1868), Ludivina (19/8/1870), Francisco (23/3/1873), Prudencia (4/4/1876), Juan (1/5/1879) y María (9/9/1884). Quizás el tener una parentela tan extensa fue lo que animó a Genaro a construir una gran casa (con amplio corredor al Sur y al Poniente, cuadras y pajar) terminada en 1892 según la inscripción grabada en el dintel de la puerta, conocida por el curioso nombre de “Landeta” (asturiano) o “La Andeta” (castellanizado). Desconocemos el origen de este término. “Landeta” es un apellido vizcaíno que aparece en Luarca y alrededores, probablemente por marineros vascos establecidos en esa zona, pero no tiene ninguna relación con el concejo de Quirós. Dejamos la incógnita para el día que aparezca algún documento, o alguien más sabio, que nos lo aclare.

En el “Boletín Oficial de la Provincia” de 8/5/1894 vemos la designación de Genaro Álvarez como “supernumerario” (suplente) en el tribunal del Jurado, pero no sabemos si al pobre hombre le cayó la desgracia de tener que bajar hasta la Pola para participar en alguna diligencia judicial. En todo caso, dos años más tarde el hombre pasó a mejor (o peor, según se mire) vida, librándose de contemplar su querido Villar destruido por el fuego, aunque seguramente le habría alegrado ver que su casa de “Landeta” sería la única que sobrevivió a las llamas, hasta el día de hoy.

Apuntes genealógicos de Villar de Cienfuegos (II): Rosa Quiñones, mujer de armas tomar.

 Enlace a publicación en La Nueva España 28/3/25El apellido Quiñones tiene mucho arraigo en Asturias y León. Según la Wikipedia, su origen se deriva de un caballero llamado Alvar Pérez de las Asturias que, con "valentía, tiranía o por derecho", se deshizo de unos quiñones, partes de la herencia igualmente repartidas entre herederos. Por lo que se quedó como "el de los Quiñones", él y sus descendientes.

El “prau Quiñones” se encuentra en la ladera suroeste de la mítica Peña Rueda, por encima de la braña de Buxalve. No sabemos si el nombre proviene de algún antiguo poseedor o propietario de ese apellido.

En Vitsar de Riba o Villar de Arriba (para distinguirlo de Villar “de abaxo” o de Salcéo) hace tiempo que desapareció el apellido Quiñones. En casa oí hablar muchas veces de una Filomena (o “Felumena”) de esa familia, pero como alguien que había vivido muchos años atrás.

A mediados del siglo XIX si quedaban unos cuantos Quiñones por el Villar. En el libro de difuntos de San Esteban de Cienfuegos para los años 1859-1904, encontramos a una Rosa Quiñones que falleció el 15 de mayo de 1901 y fue enterrada dos días después en una tumba de “pobre” del cementerio parroquial. Tenía 80 años cumplidos por lo que debió nacer en 1820 o 1821, siendo coetánea, por tanto, del afamado Melchor García Sampedro, o San Melchor de Quirós, que nació precisamente en abril de 1821. El funeral fue oficiado por el párroco José Gutiérrez Suárez, que duró muchísimo en el cargo ya que llegó hasta la Guerra Civil y la posguerra y si no me equivoco fue quien bautizó a mis padres en 1948.

Rosa Quiñones murió ya viuda de Tomás Iglesia, que había fallecido veintidós años antes, el 27 de septiembre de 1878 a los sesenta años de edad, era hijo de padres desconocidos (por eso se apellidaría precisamente “Iglesia”) y recibió una sepultura de “caridad” tras el funeral oficiado por el cura Ramón López Ron.

Los padres de Rosa fueron Antonio Quiñones y Margarita Prieto, naturales de Murias en la parroquia de Llanuces. La mujer fue madre soltera al menos en dos ocasiones ya que en el libro de bautismos 1849-1859 encontramos a sus hijos Domingo (nacido el 3 de junio de 1849) y Julián (27 de enero de 1852) cuyo padre o padres eran desconocidos.

Ya casada con Tomás Iglesia, tuvo tres hijos más: Lucía (nacida el 12 de diciembre de 1855), Bernardo (20 de agosto de 1857) y Ceferino (25 de septiembre de 1864), este último fruto probablemente de una reconciliación del matrimonio, por el motivo que paso a explicar a continuación.

En el Boletín Oficial de la Provincia de Oviedo del 2 de abril de 1859 encontramos en su primera página la publicación de una Sentencia del Juzgado de Lena emitida el 16 de marzo del mismo año. Juan Fernández, vecino de Villar de Cienfuegos, demandó a Tomás Iglesia y a su suegro Antonio Quiñones reclamando la cantidad de trescientos nueve reales procedentes de granos. La reclamación también se dirigió contra Rosa Quiñones al entender que había contraído mancomunadamente la misma obligación que su marido y su padre. A consecuencia de esto, el Juzgado de Paz de Quirós condenó en rebeldía a Rosa y se inició el apremio contra el patrimonio de la pobre señora, que fue embargado y subastado.

Rosa no se amilanó, al contrario, acudió a la justicia alegando que ella nada tenía que ver con los ruinosos negocios de su cónyuge y padre y consiguió que el juez de Lena dejase sin efecto el embargo y le reintegrase sus bienes, condenando en costas al juez de paz de Quirós.

Por esto afirmo que Rosa Quiñones aparentaba ser “mujer de armas tomar” y debió enfadarse bastante con su marido Tomás Iglesia, hasta que las aguas retornaron a su cauce y cinco años después del juicio, entrando casi la “seruenda” del año 1864, la cigüeña trajo al buen Ceferino con un pan de escanda bajo el brazo.

Y hasta aquí otra historia más de estos olvidados personajes de los que solo quedó un apunte a plumilla en unos libros muy, muy viejos.

martes, 4 de marzo de 2025

Apuntes genealógicos de Villar de Cienfuegos (I)

 En esta remota aldea quirosana moraban en las primeras décadas del siglo XIX varias familias de agricultores y ganaderos que parecían gozar de buena posición económica para aquellos tiempos. Esto es lo que nos cuentan los viejos libros de la parroquia de San Esteban que hemos podido consultar en el Archivo Histórico Diocesano.

En ese Villar tan parecido y a la vez tan distinto del de hoy, con sus casas, hórreos y paneras desparramados por una ladera rocosa a los pies del alto de la Cobertoria, vivían los Álvarez-Cienfuegos (que a finales del siglo perderían el apellido compuesto, conservando sólo el Álvarez que pervive hasta hoy) los cuales emparentaban o bien entre ellos (encontramos varios casos de matrimonios con dispensa, celebrados entre primos carnales) o con otras familias del lugar como los Prada o los García.

Una mujer importante de ese tiempo fue una antepasada por vía materna, Felipa Álvarez Suárez, fallecida el 8 de agosto de 1882 a la avanzada edad de 97 años (por lo que estimamos que había nacido en el año de 1785). Tres días después de su último suspiro, sus restos mortales recibieron sepultura en el cementerio parroquial tras celebrar un funeral de primera clase, oficiado por varios sacerdotes. Fueron sus padres Esteban Álvarez y Joaquina Suárez, difuntos, y en el momento de fallecer era viuda de Matías Álvarez-Cienfuegos, natural de Cortes de Quirós, que entonces pertenecía a la parroquia de San Esteban.

Matías aparece como elector en un Boletín Oficial de la Provincia del año 1865, es decir, tenía rentas suficientes para ejercer el derecho de sufragio en esos días en los que estaba limitado a los más poderosos.

Felipa y Matías dejaron cuatro hijos: Santos, Jacinto, Matías y Julián. Este último se casó con María García (la cual vivió entre 1841 y 1907) y fueron padres, entre otros muchos hijos, de una tatarabuela por el lado materno de quien escribe estas líneas, Felipa Álvarez García (nacida en 1859 y fallecida en 1925), más conocida en el vecindario como “la tía Felipa”.

En cuanto a Santos Álvarez-Cienfuegos Álvarez, de estado civil viudo de Josefa Álvarez González, por el libro de difuntos de 1859-1904 sabemos que falleció a la prematura edad de 63 años, el 21 de octubre de 1883, por un desgraciado accidente al caer de un árbol. El 23 del mismo mes se ofició un funeral de primera clase en la iglesia de San Esteban. Le sobrevivieron tres hijos de nombre Melchor, Gerónimo y María. Murió con una posición económica desahogada, si atendemos a lo que indica el Boletín Oficial de la provincia de Oviedo (año 1865) donde figura junto a su padre Matías como elector.

Sin embargo, como los descendientes de Matías y Felipa se multiplicaron conforme avanzaban las décadas, pero la hacienda no crecía en proporción sino que se iba repartiendo entre más y más herederos, cuando el siglo XIX llegaba a su fin éstos se vieron forzados a trabajar cada vez más para sobrevivir (o malvivir).

Al calor de la industrialización del concejo en el siglo XIX, muchos optaron por trabajar en las minas para complementar los pobres ingresos que les deparaban las diminutas propiedades y los ganados que en ellas pastaban. Otros intentaron escapar de su destino “haciendo las américas” como en tantos lugares de la región; muchos no regresaron jamás y unos pocos volvieron pero con poca fortuna de la que presumir.

Para rematar las cosas, el incendio de febrero de 1899 arrasó el pueblo con sus hórreos, paneras, animales, cosechas, escrituras y documentos antiguos, por lo que los desdichados vecinos tuvieron que comenzar casi desde cero, arrinconando los recuerdos y las glorias de sus antepasados.

De Matías y Felipa, campesinos acomodados de apellido compuesto, con derecho a voto y funerales de primera clase, no perviven ni fotos, ni grandes posesiones, tan solo unas breves anotaciones en unos viejos libros parroquiales.

“Sic transit gloria mundi”.

martes, 26 de junio de 2018